La última muestra de progreso espacial llega de la mano de China, más concretamente de Tiangong-1, “palacio celestial o palacio del paraíso”, una nave experimental que allana el camino hacia una nueva y futura estación espacial; acercando así a la potencia asiática a tener su propio tripulado en el espacio, de forma permanente, para el año 2020.
El cohete, lanzado en presencia del primer ministro chino, Wen Jiabao, tiene como objetivo acoplarse a las naves Shenzhou-8, Shenzhou-9 y Shenzhou-10 (no pilotadas) en los próximos dos años. El primer acoplamiento, que tendrá lugar a finales de octubre y principios de noviembre, se producirá con la Shenzhou-8 y durará aproximadamente unos doce días. Una vez que cada experimento individual haya concluido las naves regresarán a la Tierra, quedándose en su órbita original la última nave experimental mandada por el gobierno chino.
Esta última demostración de poder asiático se produce de manera paralela a las restricciones presupuestarias y a la modificación de prioridades que afecta al tripulado espacial de Estados Unidos; convirtiendo a China en la tercera potencia en poner en órbita a un ser humano después de la Unión Soviética y el gigante estadounidense.
El gobierno chino espera que esta misión se sume al éxito de otros proyectos que muestran fielmente su creciente poderío tecnológico, como es el caso de la botadura de un portaaviones.
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